9/1/13

Su pasatiempo favorito, de William Gaddis (y II)


Pienso en la obra de William Gaddis como una inmensa laguna que no sabíamos ver. Si bien en los 80 se tradujo Los reconocimientos y en los 90 Su pasatiempo favorito, estas novelas han estado en las estanterías de las librerías españolas pasando casi completamente desapercibidas. Incluso ahora, con la recuperación de la Editorial Sexto Piso de sus novelas y de cómo poco a poco nos vamos dando cuenta de la importancia literaria de Gaddis en la literatura estadounidense (y eso quiere decir, no nos engañemos, en la narrativa occidental… y quizás mundial), la entrada de la wikipedia reservada a Gaddis en español es ciertamente triste y pobre: 

William Gaddis (29 de Diciembre de 1922 - 16 de Diciembre de 1998) fue un escritor estadounidense, considerado uno de los grandes novelista norteamericanos del siglo XX. Escribió cinco novelas, de las cuales dos ganaron el National Book Award.
Obra: 
Los Reconocimientos (1955)
J R (1975), premio National Book Award de Ficción
Carpenter's Gothic (1985)
A Frolic of His Own (1994), premio National Book Award de Ficción
Ágape se paga (2002 obra póstuma)
The Rush for Second Place (2002 obra póstuma)


Mi manía de no leer reseñas extensas sobre novelas que no he leído me hace en ocasiones estar alejado de las novedades. Seguramente en los 90 estuviese haciendo el ganso como lector o completando mis carencias clásicas (por decir algo que no me deje como un memo), pero lo cierto es que Gaddis pasó desapercibido y fue olvidado y a los pocos que intentaron levantar la voz respecto a su obra no se les hizo demasiado caso (al menos yo). Un grave error, sí, que nos sitúa al nivel de esos bastardos que Green quería que despidiesen.

Tal vez (lo digo para autoconvencerme) Gaddis fuese un autor adelantado a su tiempo y que sus lectores perteneciesen a otro siglo, no al que desarrolló su narrativa sino al siguiente. Es decir, que si hemos sido capaces de re-conocer a Gaddis ha sido gracias a la impronta que dejó en sus admiradores / seguidores (Pynchon y Wallace, sobre todo, por ser lo más populares) y gracias a ellos re-descubrir al maestro.
Sí, Maestro, porque Gaddis lo es de toda la narrativa estadounidense contemporánea. Sus novelas son Obras Maestras.
La pregunta es cómo pudimos no verlo.


Su pasatiempo favorito narra la historia de Oscar Crease, un escritor que ve como su obra teatral jamás representada es la base del guión de una superproducción hollywoodiense, cuyo director, bajo otro nombre, tuvo acceso a la lectura de la obra cuando unos años atrás trabajaba como productor televisivo, ya que Crease se había mandado la obra para una posible adaptación. De nuevo la imitación y la copia, la re-presentación de la obra artística, es uno de los temas principales de la novela, recurrente en toda la narrativa de Gaddis. En este caso no tan solo los productores cinematográficos se apropian de la obra de Crease, éste ha fusilado sin contemplaciones dentro de ella fragmentos de varios diálogos de Platón y finalmente, en una vuelta de tuerca fuera de campo, se comenta que los herederos de Eugene O'Neill demandarán tanto al director de cine como a Crease ya que existen ciertos parecidos entre la obra de Crease y A Electra le sienta bien el luto (que, a su vez, es una adaptación de la Orestiada de Esquilo)

In 1834 Baron Parke uttered the classic phrase, that a master is not liable for the torts of his servant who is not at all on his master’s business, but is ‘going on a frolic of his own’” Esta frase empleada por un jurista (Prosser) le sirvió a Gaddis para titular su novela como A frolic of his own. Esa frase dentro de la traducción de Flora Casas para Debate aparece como “dedicarse a sus propias travesuras”. Al parecer en principio Gaddis quería titular su novela The last act, en referencia al último acto, que no aparece explícitamente en la novela, ni tan solo resumida, de la obra teatral de Crease. Sus propias travesuras, Su pasatiempo favorito. A lo que se refiere el título según la frase original es a dedicarse a otras cosas en lugar de a las pertinentes. Así Crease entra en un estado de indolencia a causa de un accidente que le lleva a involucrarse en una serie de demandas judiciales que pasarán de ser su pasatiempo favorito a su única actividad.

Comparecencia ante el Juez Jawaharlal Madhar Pai del demandante Oscar L. Crease

(Madhar Pai) P: La idea principal que se expone en el primer libro de La República de Platón es una tentativa de definir la justicia, ¿no cree?
(Oscar L. Crease) R: Sí, yo…
P: Sencillamente ahí está, como se podía encontrar a Ricardo III en Holinshed, o a César en Plutarco. Está ahí y cualquiera puede tomar la idea.
R: No son personajes históricos, pero en mi caso es una idea.
P: Bien. Y cuando Trasímaco dice: “Yo sostengo que la justicia no es sino el interés del más fuerte”, está sencillamente expresando una idea, ¿no?
R: Sí, su propia interpretación.
P: Efectivamente. Es un cínico, ¿no?
R: No. Es sofista, pertenecía a una escuela totalmente distinta. Los cínicos eran…
P: Sí, claro, sofista, tiene usted razón. Como usted dice, eran una escuela, cobraban por sus enseñanzas y Trisímaco quiere que le paguen por hablar sobre la justicia. Y cuando Sócrates alega no tener dinero y sus amigos, Glaucón y los demás, se ofrecen a pagar su parte, quiere dar la impresión de ser un discípulo pobre, ¿no es así? Pero en realidad lo que está haciendo es devolverle la pelota, obligar al maestro a explicar qué quiere decir con sus preguntas, planteadas de forma muy inteligente, lo que se conoce en términos generales como método socrático. En realidad, él es el maestro que se hace pasar por aficionado, como si se tratara de un simple pasatiempo para él, ¿no cree? Emplea la estratatgema de no cobrar a los discípulos, al contrario que Trisímaco, el profesional, el sofista, el plumífero pagado de sí mismo, como quienes reseñan libros en lo periódicos para instruir a la plebe sobre las obras de otros plumíferos profesionales que…
SR. BASIE (abogado de Oscar): No me queda más remedio que protestar por las preguntas que está formulando.
SR. MADHAR PAI: ¿Es una cuestión de forma? ¿Debe constar en actas?
SR. BASIE: Debe constar en actas y es una cuestión de forma. Está confundiendo al testigo deliberadamente, yéndose por las ramas con eso de los críticos literarios y…
SR. MADHAR PAI: Perdone, amigo, pero yo no he hablado de críticos literarios, sino de quienes reseñan libros, y existe una diferencia enorme, aunque a muchos les gusta que les llamen críticos, a no ser que tengan problemas, en cuyo caso prefieren que les llamen periodistas. Y si no le importa, querría continuar…  (…) Una de las razones por las que estamos aquí es para establecer la diferencia entre aficionado y profesional, Harold. Con sus propias palabras, el testigo prácticamente ha definido su trabajo en la enseñanza como un pasatiempo, a pesar de que le pagan, mientras que por otro lado está intentando recibir una compensación por daños y perjuicios por una ocupación que, tal y como él asegura, no está motivada por simples razones de remuneración económica, y como ha situado el caso en este contexto socrático, ésa es la línea que yo estoy siguiendo (…)


Como una teja en la cabeza, así, dice Gaddis, se abre de pronto ante Oscar el mundo de los litigios tras su accidente, impulsado por la figura de su cuñado, Harry Lutz, prestigioso abogado enzarzado en un famoso juicio (el de la Iglesia Episcopal contra Pepsi Cola, por apropiación anagramática de nombre) 
Oscar “obsesionado por la sensación de que ‘es posible que la realidad no exista en absoluto salvo en las palabras con las que se presenta’” iniciará juicio contra su propio automóvil por autoatropello y contra los productores de la película inspirada en su obra teatral. Lo que intenta mostrar Gaddis es la insanía tanto de los obsesos litigantes como de un sistema judicial cuyas sentencias se convierten en las palabras que re-presentan la realidad, realidad mutable tras cada recurso judicial, y mucho más mutable tras la aplicación de la condena. La Justicia convertida en un esperpento.
El tema recurrente en la narrativa de Gaddis, el de las relaciones entre el original y la(s) copia(s), en Su pasatiempo favorito se dirime en los tribunales, dando lugar a una serie de absurdos contrasentidos en el que, finalmente, queda sin dirimir el valor intrínseco de la obra original, si es que ésta es posible. Oscar Crease se introduce en una espiral de pleitos, fallos y recursos y sentencias y apelaciones que mermarán su patrimonio al mismo tiempo que muestra la absurdidad del sistema judicial. Los jueces, a fin de cuentas y como dice el aforismo, no saben nada de justicia, se limitan a aplicar la Ley. Y esa realidad que Oscar cree que quedará certificada con las palabras con que la presentará un auto judicial, se vuelve contra él.

En un momento de la obra se equipara la religión con la locura, pero la creencia en un sistema judicial que resuelva satisfactoriamente nuestros problemas se convierte también en una especie de obsesión mística, transformando a los litigantes en creyentes, adoradores de una diosa ciega:

“¿Acaso la religión de un hombre no es la locura de otro? (…) Desde luego que es locura, pero la locura aparece en primer lugar. Es un elemento esencial de la condición humana, cuanto peor sea esa condición mayor será la locura y la religión revelada de la que tú hablas simplemente sirve para canalizar la locura, para darle forma. Para esas hordas analfabetas sumidas en la miseria lo único gratis es el sexo y la religión, y cuanto más pobres e incultos más se reproducen y más adornan y complican sus panteones y sus ritos religiosos. Cuando un filipino se crucifica en Semana Santa, ¿es porque Jesucristo le impulsa a hacerlo? No, está loco desde el principio y la religión le ofrece una válvula de escape, una forma de organizar su locura. Los penitentes que se flagelan hasta sangrar en México, los sijs, los iraquíes, los afganos, todos están como cabras y necesitan un designio grandioso en el que tengan cabida, un sistema de absolutos en el que buscar refugio, en eso consiste el auténtico creyente ¿no? Y cunato más caótica la época, mayor la necesidad de absolutos, eso es lo que enloquecía a los héroes de Dostoievski ¿no crees?, el terror a vivir en un universo sin sentido. Piensa en la abismal locura de los alemanes desde Pedro el Eremita y Tomás Münster hasta los campos de exterminio que intentaron disfrazar de nacionalismo, como la exquisita destilación de demencia exclusiva de los japoneses. Los italianos la canalizan a través del Vaticano en un delirio colectivo de delincuencia y ópera, los rusos la ahogan en un mar de vodka y los ingleses la visten con las faldas de la Iglesia anglicana porque si no estarían tan rematadamente locos como su vecinos al otro lado del canal. (…) Pero si queremos encontrar lo peor, la auténtica locura, fijémonos en los católicos, los anglicanos no son más que los hijos bastardos, la pérfida Albión y demás, fíjate en ellos si quieres ver realmente el sistema de castas en toda su crueldad y duplicidad (…)”

Estos fragmentos, que quizás no tengan demasiado sentido descontextualizados del conjunto de la novela, y de los que se podrían seleccionar muchos más entre las setecientas páginas de su traducción, los traigo como ejemplo de estilo narrativo de Gaddis, que, a fin de cuentas, es lo que marca la diferencia entre una novela y una obra maestra. No es lo que cuenta (aunque es muy importante lo que Gaddis cuenta) si no cómo lo cuenta, cómo logra envolvernos en esa demencial retahíla sin descanso mezclando los diálogos delirantes y solipsistas de los personajes con fragmentos de la obra teatral de Oscar, audiencias judiciales, sentencias descabelladas, noticias de periódicos, cartas, llamadas telefónicas, citaciones, documentales y películas pasadas por televisión con anuncios incluidos. Todo ello en el escenario casi único de la casa familiar de los Crease, ocupada por Oscar. Una casa de estilo antiguo, aislada, junto a un lago, que en cierta manera nos hace pensar en la casa escenario de Gótico carpintero, la anterior novela de Gaddis, por lo que podemos considerar Su pasatiempo favorito una especie de ampliación tanto temática como estilística de la primera, una nueva vuelta de tuerca, sarcástica y ácidamente crítica sobre la sociedad estadounidense, las relaciones familiares y sociales a través de unos personajes, a los que conocemos poco más que por sus diálogos, que se muestran insoportables y egoístas, incapaces de preocuparse por quienes les rodean, gregarios y a la vez individualistas, pero sobre todo ambiciosos, impelida su avaricia por un sistema social que valora únicamente lo que se posee y que encuentra en el sistema judicial un medio para medrar a costa de otros, aún siendo conscientes que ese sistema tiene su base en una conspiración corporativa y que no es más que otro de los recursos de la sociedad capitalista para que algunos de sus miembros, sobre todo los abogados, se enriquezcan.

Pero Gaddis es sobre todo el estilo de su narrativa, la deslumbrante sorpresa que nos deja cada una de sus páginas, la inconmensurable satisfacción de la lectura.



Los textos de Su pasatiempo favorito de William Gaddis pertenecen a la traducción de Flora Casas para Editorial Debate

2 comentarios:

Eventos en Cali dijo...

que buen blog, este relato me ha atrapado.

Unknown dijo...

Pues vaya, vaya, voy por la página 587 de este memorable libro, justo cuando me van a dar la receta para cocinar un jamón al horno, “Asar sobre una rejilla en el horno precalentado a 1800,…”, y no sé qué decir.

Bueno, se me ocurre que en el tipo de sociedad en la que vivimos, pendiente siempre de lo novedoso y estridente, sí que es de extrañar que se nos pasara por alto la obra de William Gaddis, “La pregunta es cómo no pudimos verlo” (sic de la reseña).

Solemos admirar todo lo que proviene de la otra parte del Atlántico, a la que se encuentra por encima de Río Bravo me refiero, y especialmente la narrativa con la que sus llamados intelectuales nos obsequian. Narrativa moderna norteamericana la llaman, Pynchon, Palahniuk, Stegner, Roth, - Philip, con confundir con Joseph -,… ¿Cómo se nos podía haber pasado William Gaddis?

Imperdonable haber olvidado al autor de una novela de casi setecientas páginas, que resulta más dolorosa que otras tantas visitas al dentista, “Su pasatiempo favorito”, insufrible, insoportable y lo peor, banal, inane e insustancial. Descolgarse a estas alturas con justificaciones del tipo, crítica acerva al sistema judicial americano o introspección al egotismo de su sociedad, no dejan de ser excusas para ensalzar una novela que si algo aporta es únicamente la fluidez de sus diálogos. Lo demás, guion de “Una vez en Antietam”, representación televisiva de “Una vez en Antietam”, réplicas y contraréplicas sobre "ídem", en fin, todo lo demás, incluida la broma de Spot y Ciclón Siete, es la carne insulsa que rellena casi setecientas páginas de una novela esperpéntica, como esperpéntico es el estilo literario de su autor, tan admirado en la reseña pero tan reñido con las normas gramaticales, menos mal que ya se nos avisa de ello al inicio del libro.

Una ridícula obra maestra, fruto de los tiempos literarios baldíos que nos tocan vivir, que he decidido concluir únicamente por amor propio y por la tremenda comezón que me invade al dejar de leer un libro.

Me quedo con los clásicos, Dickens, Dostoyevski, Flaubert, Austen, Tolstoi, etc... Y lo demás, bueno, - con lo demás me refiero a esta novela -, lo envío a cierto lugar que callo por educación.

Por favor, si alguna vez pasan por una librería y ven la portada de una señora blandiendo balanza y espada, huyan despavoridos. Si se deciden por no seguir este consejo se arrepentirán toda su vida.

Cordiales saludos